Amistad sin barreras

Noriko había pasado los últimos cinco años de su vida cuidándoles, a él y a su mujer, en la Residéncia Se crearon unos lazos de cariño con la muchacha, fuertes como los robles que crecían en el jardín. Ella estaba atenta al menor de sus deseos, y ellos se lo agradecían con regalos y atenciones como si fuera una hija. Durante las tardes cálidas de verano, ellos le explicaban historias de su larga vida juntos., que ella escuchaba atentamente. A ella le parecía que el viejo y su mujer eran como los padres que nunca tuvo, y para ellos era como si hubieran vuelto a recuperar a su única hija, muerta durante la última gran guerra,

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